
No, no es moda. No es un capricho. Fermentar en ánforas es una decisión profunda, casi filosófica. En Atypical no usamos tanta barrica, ni seguimos fórmulas predecibles. Hacemos vino desde la intuición, desde la tierra. Y las ánforas calzan perfecto con esa forma de ver el mundo.
Volver a lo esencial
Las ánforas de greda (sí, como las que usaban los antiguos) nos conectan con una manera de hacer vino que tiene miles de años. Antes de que existieran las bodegas relucientes de acero inoxidable o las barricas francesas carísimas, ya se fermentaba vino en recipientes de barro. Y funcionaba. Muy bien, de hecho.
¿Qué le aporta al vino?
El barro es poroso. Respira. Y eso permite que el vino evolucione con suavidad, sin intervención agresiva. No aporta sabores externos, como lo hace la madera. Por eso, los vinos fermentados en ánfora son honestos: expresan más fruta, más textura, más territorio. No se disfrazan.
Menos control, más verdad
Sí, es más difícil. No hay un botón que diga «start» ni sensores digitales que lo hagan todo por ti. Pero eso nos encanta. Las ánforas nos obligan a estar presentes, a escuchar el vino, a acompañarlo más que dirigirlo. Y eso hace que cada cosecha sea única. Como debe ser.
Un vino con piel, con historia, con alma
Fermentar en ánforas no es un gesto romántico. Es una forma de respetar el proceso. De dejar que el vino hable, sin filtros. Es también un pequeño acto de rebeldía frente a un mundo del vino que a veces parece demasiado estandarizado.
